EDUCAR ES PROVOCAR

 
 

 

Es necesario dar un golpe de timón en el quehacer de las clases en el curso básico de la Facultad de Ingeniería. Mis colegas docentes (todos, antiguos y nuevos) se han fosilizado, los primeros continúan desarrollando sus clases repetitivas sin cambiar una sola letra de lo que ya, hace mas de 20 años tenían. Los segundos, resuelven más ejercicios, los mismos ejercicios que les enseñaron los ayudantes de la época cuando ellos estaban de estudiantes. La clase magistral, continua marcando el norte de la educación en el básico, sin pensar que nuestros estudiantes ya no son los mismos de hace años atrás, estos tienen y buscan nuevas competencias tienen en sus venas las tecnologías y quieren aprender con esas tecnologías apoyadas por nuevas estrategias pedagógicas, nuevos recursos didacticos. En este sentido, siguiendo el pensamiento de José Luis Sampedro considero que "Hay que provocar en el que escucha que piense por su cuenta. No hay que adoctrinar, hay que provocar. Me gustaría pensar que, en algún momento, algo de lo que digo les sirva de provocación para que salten por encima de mí, para que se hagan y lo hagan mejor todavía.".


Uno de los grandes problemas ante el que nos enfrentamos a la hora de mejorar la educación que ofrecemos en nuestra facultad es que actuamos como si fuera un producto de consumo, es decir, evaluamos resultados puntuales, calificamos numéricamente los logros alcanzados, clasificamos en rankings...

 

Pero, en realidad, la educación es un proceso donde tan importantes son los objetivos alcanzados como el camino que se ha seguido para ello. En este contexto, educamos a personas que no se limiten a repetir lo que ya se conoce sino que sean capaces de hacer cosas nuevas, distintas, mejores.

 

Es por ello que tenemos que entender la figura del docente como agente provocador. Un docente debe seducir y provocar a todos y cada uno de sus estudiantes para que estos sean capaces de sentir interés por aprender, para que sean capaces de participar en la construcción de ese aprendizaje. Debe seducirlos para que estén motivados por aprender, para que superen la vulnerabilidad que implica ser consciente de que necesitan mejorar sus conocimientos, sus habilidades, sus destrezas, sus competencias. Debe provocarlos para que se produzca una acción que lleve al aprendizaje y que este sea relevante y significativo.

 

Un docente debe ser un provocador en todos los sentidos. En el sentido de incitar al aprendizaje (no de transmitirlo), porque con sus acciones aviva en sus estudiantes la alegría por aprender, el entusiasmo que es el combustible que motivará a las personas a aprender de manera autónoma a lo largo de toda su vida. Pero también lo es porque su función es la de formar personas que sean capaces de pensar por sí mismas, que tengan espíritu crítico y no se limiten a obedecer las directrices que le marcan.

 

Provocar en el aula es enseñar a pensar con autonomía, dotando a todos los estudiantes de las herramientas que necesitan para desarrollarse con plenitud en el mundo en que vivimos. Provocar en educación es hacer que cada persona sea constructor de su aprendizaje y disfrute de ese proceso.

 

La educación como provocación supone dejar de lado los patrones establecidos para reforzar el pensamiento creativo, dejar de lado la reproducción del conocimiento para producirlo, dejar de lado la obediencia ciega para incitar el punto justo de rebeldía.